Las respuestas de alarma a veces no son proporcionales al estímulo que las provoca, dando como resultado el característico estado de ansiedad. (Foto: Wikipedia) |
El mecanismo del miedo se encuentra en el cerebro, y concretamente en las funciones combinadas del cerebro reptiliano (encargado de regular acciones esenciales para la supervivencia), y el sistema límbico (encargado de regular las emociones).
Este complejo sistema nunca descansa (incluso durante el sueño), y está al
tanto de toda la información que pasa por medio de los sentidos. En este proceso
se involucra la amígdala cerebral (un conjunto de núcleos
neuronales localizado en la profundidad de los lóbulos temporales) que media y
regula las reacciones emocionales como el miedo, y así mismo, identifica la
fuente del peligro.
Hay que hacer notar que todas estas estructuras nerviosas interaccionan
entre si de una forma compleja, por lo que suponer que la amígdala es
exclusivamente el regulador del miedo sería un error. Se ha constatado que la
extirpación de la amígdala parece eliminar el miedo en algunos animales, pero no
en los humanos. Si bien hay cambios de personalidad y una tendencia a volverse
menos agresivos, la conducta de miedo y defensa no desaparece del todo, por lo
que es claro suponer que el mecanismo del miedo y el comportamiento de defensa o
huida es aún más complejo y tiene interacción con otras estructuras como la
corteza cerebral y algunas partes del sistema límbico.
Existen dos áreas de funcionamiento importantes en el cerebro: aquellas que
reciben información, y las que generan o deciden la
respuesta emocional. La amígdala cerebral tiene conexión directa con
estos dos sistemas. Las señales de alerta, a su vez, poseen dos vías para llegar
a la amígdala: a) vía cortical y b) vía subcortical. La
vía cortical es más lenta debido a que las señales pasan
primero por el cortex cerebral antes de llegar a la amígdala, y la otra, la
vía subcortical, es mucho más rápida y directa ya que las
señales cursan directamente del tálamo. Esta segunda vía es
mucho más adaptativa ya que le permite al organismo identificar el estímulo de
amenaza sin detenerse a analizarlo detalladamente, función que corresponde a la
corteza cerebral, permitiendo así una respuesta inmediata y eficaz.
Esta información rápida (vía subcortical) llega directamente al núcleo
lateral de la amígdala. En el caso de un susto causado por un fuerte ruido, el
estímulo proviene del cortex auditivo, y se dirige hacia el
núcleo lateral de la amígdala directamente. Del núcleo lateral
pasa al núcleo central, y luego, al núcleo
basal (todos estos núcleos dentro de la misma estructura del cuerpo
amigdalino) generando una reacción en cadena que prepara al cuerpo en forma
automática activando una larga serie de funciones como el incremento del
metabolismo celular, el aumento de la presión arterial que incrementa a su vez
el flujo de sangre a los músculos mayores (especialmente las extremidades
inferiores que se preparan para huir), el corazón bombea más rápido y se
disparan los fluidos de adrenalina. También hay reacciones faciales como el
agrandamiento de los ojos para mejorar la visión, dilatación de las pupilas, la
frente arrugada y los labios se distienden horizontalmente.
Las respuestas principales son mediadas por el núcleo central a través de
conexiones a otros centros como el núcleo paraventricular del
hipotálamo donde se libera corticosteroides (u hormona del estrés),
hipotálamo lateral donde se activa el sistema simpático,
sustancia gris central donde se controlan las respuestas de
defensa, y el locus ceruleus donde se evoca la respuesta de
vigilancia, entre otros. El locus ceruleus es una estructura especialmente
relacionada con la ansiedad ya que funciona como un sistema de alarma y tiene la
habilidad de diferenciar entre aquellos estímulos potencialmente peligrosos y
los que no lo son. Desde este núcleo se produce la mayor proporción de
noradrenalina en el cerebro.
El problema con estas respuestas de alarma consiste en que a veces no son
adecuadas o proporcionales al estímulo que las provoca, evocando también una
duración de respuesta exagerada. Existe, pues, una distorsión en la
interpretación correcta del estímulo o situación de peligro real, dando como
resultado una respuesta de ansiedad.
Ya que el sistema límbico fija su atención en el objeto amenazante, los
lóbulos frontales (encargados de cambiar la atención consciente de una cosa a
otra) se desactivan parcialmente. Durante un ataque de pánico, p. ej. la
atención consciente queda fijada en el peligro, y si los síntomas fisiológicos
(como el ritmo cardíaco o la presión sanguínea) son interpretados por el sujeto
como una confirmación de la realidad de amenaza se producirá invariablemente una
retroalimentación del miedo, impidiendo la verificación del verdadero riesgo.
Esto sucede especialmente con las fobias, pues el fóbico es incapaz de prestar
atención a otra cosa que no sea el estímulo evocador, magnificando así el
peligro de forma desproporcionada (al estilo bola de nieve).
Fuente:
Hyman, S.E. (1999). The neurobiology of mental disorder. En A.M. Nicholi,
jr. (Ed.), The Harvard guide to psychiatry. 3ra ed. Cambridge, MA: The
Belknap Press of Harvard University Press. pp. 134-154.
Nader, K. y LeDoux, J. (1999). The neural circuits that underlie fear. En
L.A. Schidt y J. Schulkin (edits), Extreme fear, shyness, and social
phobia. New York: Osford University Press.