Ansiedad adaptativa Vs. Ansiedad patológica: ¿Cuándo la ansiedad se vuelve un problema?

Cerrar lo ojos, poner la mente en blanco y relajarse por unos
cinco minutos al día puede hacer una gran mejoría en
nuestro estado de ansiedad.
Al parecer, conviene más el estado de ansiedad ante un peligro falso que la inacción frente a un peligro real.

Todos experimentamos ansiedad a lo largo de nuestras vidas sin verlo como un problema. Nos hemos sentido preocupados por algo, incluso hemos evitado circunstancias incómodas o desagradables; pero no por ello debemos considerarnos agorafóbicos, ¿o sí?

¿En qué punto la ansiedad se convierte en un problema patológico?


Con este artículo intentaré contestar a esta pregunta, así como dar algunas sugerencias para identificar situaciones de alerta y poder empezar a buscar ayuda.

Cuando los síntomas comienzan a formar un patrón definido de comportamiento, y empiezan a producir un malestar diario significativo, la voz de alarma debería empezar a escucharse. Sin embargo, podemos pasar toda una vida sin escuchar nada, sin aviso alguno. Las personas, inmersas en su rutina, dejan de atender esos indicadores. A veces, los síntomas resultan más evidentes a los parientes cercanos o allegados que al mismo afectado. Por tanto, la “voz de alarma” muy bien puede venir de alguien cercano como un familiar, cónyuge o amigo.

A continuación menciono algunos puntos prácticos a observar y que pueden ayudar a identificar la presencia de un verdadero problema patológico de ansiedad (no se incluyen síntomas fisiológicos ni problemas del sueño):
  1. Evitación del estímulo: cuando nos vemos en la necesidad de evitar a toda costa un evento o situación incluso por encima de nuestra conveniencia o necesidad, puede ser un indicativo. Por eje, la muchacha que ha desarrollado un miedo espantoso a las entrevistas de trabajo y prefiere quedarse sin empleo antes de enfrentar una entrevista perturbadora. O el estudiante que tiene un miedo inexplicable a los exámenes y los evita, aunque eso represente reprobar el curso.
  1. Rituales excesivos: un patrón de comportamiento que, casi imperceptiblemente, empieza a volverse necesario para evitar o disminuir el sentimiento de angustia. Por eje, el jugador de tennis que antes de hacer un servicio realiza un ritual que con el tiempo se vuelve más complicado. Si no realiza el ritual puede tener la sensación de no ser capaz de hacer un buen servicio, generando incomodidad e inseguridad en su ejecución. En la práctica, estos rituales pueden tener sus beneficios, pero a veces se vuelven imprescindibles y la ejecución sin ellos resultaría pobre o escasa. El “éxito” de la ejecución sólo es posible si se realiza correctamente el ritual. Si no, la persona empezará a experimentar gran angustia. El primer paso es lograr darse cuenta de una dependencia con el ritual. Lo mismo le puede suceder a un vendedor de seguros antes de empezar una venta, o al ama de casa antes de salir de casa, etc. El grado de consciencia que se toma sobre estas actitudes (auto-observación), resulta muy variable en cada caso, aunque se sabe que a mayor grado de auto-consciencia, mejor pronóstico de control y/o mejora en el tratamiento.
  2. Exageración del peligro (interpretación deformada de la realidad): Albert Ellis, en su libro: Cómo controlar la ansiedad antes de que le controle a usted, dice que la distancia que hay entre una ansiedad sana y una patológica se devela cuando el sentido protector se vuelve hiperprotector. Si notamos que de pronto empezamos a ver una cosa o situación como algo extremadamente peligroso, o tenemos constantes pensamientos relacionados que nos provocan angustia sabiendo conscientemente que aquello es una exageración, la voz de alarma también debería activarse. Sin embargo, en muchos casos las personas tienden a justificar sus miedos sin darse cuenta, y hacer como si aquello no fuera tan importante o perturbador en sus vidas, pero al mismo tiempo se sienten confundidos porque les provoca un malestar incomprensible y continuo.
  3. Señales externas: a veces podemos recibir comentarios o advertencias de terceras personas que hacen referencia o no a nuestro propio comportamiento. A veces esos comentarios se convierten incluso en actitudes de desprecio. Las personas con las que convivimos pueden actuar de muchas maneras ante nuestras actitudes. En lugar de enojarnos con comentarios o actitudes que nos parecen molestos, en estos casos, deberíamos volver la mirada a nosotros mismos y ver, de la manera más imparcial posible, si lo que dice aquel o aquella tiene sentido o algo que ver con nuestra situación. Este tipo de reflexiones, si bien son raras dentro de la población en general, son posibles cuando se sospecha de problemas personales.
    Molestarse por escuchar un comentario puede ser incluso una señal importante de que lo dicho realmente representa un problema personal. A veces sucede al revés, cuando hacemos comentarios sobre actitudes ajenas que no nos parecen, debemos tener cuidado de identificar si lo que decimos sale de nuestro pensamiento crítico o se trata de una reacción emocional. Si nos sentimos profundamente afectados, probablemente estaríamos proyectando esa característica en el otro. Es como envestir a los demás de nuestros propios problemas o dificultades. Cuando alguien nos cae mal, puede que sea una señal de que compartimos con el otro una característica que no aceptamos de nosotros mismos.
  1. Miedo a lo impredecible: el grado de ansiedad que experimentamos al enfrentar situaciones impredecibles es un indicador fiable de cuan ansiosos somos. Es natural tener miedo de lo impredecible. Las situaciones riesgosas nos ponen a prueba con nosotros mismos, y con ellas podemos conocernos más de cerca.
    En la cultura occidental, por lo general, es bien visto el valor y la osadía. No obstante lo difícil que resulta para algunas personas enfrentar ciertas circunstancias, el ser osado es la regla, y muchos lo ven como un indicador de éxito en la vida. Esto, por supuesto, puede generar un sentimiento de culpa en las personas que padecen un miedo desproporcionado a ciertas situaciones o cosas. Un estado de fobia específica o agorafobia, por eje, pueden realmente hacer sentir mal a una persona que tenga toda la buena voluntad de enfrentarse al estímulo o situación temidos. Bajo estas circunstancias, la persona dispara un mecanismo de hipervigilancia que la lleva a experimentar mucho estrés y una serie de síntomas característicos de la ansiedad.
  2. Preocupación constante: por lo general pasa desapercibida, como cuando nos pica un zancudo. No nos damos cuenta de que estamos preocupados porque, como la misma palabra lo indica, el estar preocupado implica justamente tener algo en lo que ya nuestra mente se ocupa de antemano, desplazando así la capacidad de reflexión. Pero cuando se cuela por una rendija la fugaz idea de que nos mantenemos preocupados todo el tiempo, también aparece la oportunidad de tomar cartas en el asunto. La preocupación es como un anestésico que nos sumerge, como un sueño, en el conflicto sin la posibilidad de resolver (Véase el artículo: Preocupaciones excesivas y algunos métodos de control). Despertar nuestra atención ante estas señales puede ser muy útil y práctico para la recuperación.

¿Cuándo se identifica un trastorno de ansiedad?

La mayoría de las personas hemos experimentado ansiedad, en mayor o menor grado y en ciertas situaciones o ante ciertos estímulos. No obstante, cuando se habla de ansiedad patológica, los clínicos enfocan su atención en la intensidad extrema y de larga duración de los síntomas, además observan ciertos patrones de comportamiento y formas de pensar (como los mencionados anteriormente) que resultan inapropiados y que no se presentan en casos normales de ansiedad.

Hay una diferencia entre la ansiedad común de todos los días, y la ansiedad patológica que se caracteriza por una desproporción de la respuesta. Las personas con ansiedad patológica se pueden verse seriamente afectadas por un comportamiento de evitación inevitable (valga la redundancia), como en el estado de fobia específica; por un temor de padecer un ataque de pánico en el supermercado con una crisis de angustia, o por una preocupación constante a pesar de que todo ya ha sido aclarado y confirmado, como en los casos del TAG, etc. Todas estas reacciones, comportamientos y creencias distorsionadas en proporción al estímulo interfiere significativamente en el día a día, socavando poco a poco la felicidad y haciendo imposible llevar una vida normal y adaptada.

A estas personas, aunque lo deseen, les es imposible tomar control de la situación. Aquellos que por gracia logran tomar consciencia de sus respuestas “extravagantes”, no tienen, por otro lado, las herramientas suficientes para contrarrestar sus efectos o prevenir los síntomas. Estas personas pueden verse bastante beneficiadas por los tratamientos psicológicos que implementan justamente una serie de estrategias y procedimientos que deberán aprender y llevar a cabo para superar los momentos críticos.

En teoría, es relativamente fácil diferenciar la ansiedad patológica de la normal, pero en la práctica es distinto. Aquí (en la práctica) aparecen una serie de variables que hacen más difícil la detección del problema tales como la negación por parte del afectado a concebir un problema psicológico (“yo no estoy loco...”); creencias culturales o sociales que avalan o mantienen los síntomas vigentes, por ejemplo, la creencia de que sentirse preocupado puede ser más valioso y útil que sentirse despreocupado (“es que resultó ser una buena madre porque se preocupa mucho por su familia...”); otros hábitos de comportamiento como el alcoholismo o empleo de drogas que a veces terminan siendo la causa, o bien, el efecto del problema. El maltrato físico o psicológico también puede despertar una angustia y ansiedad constantes a ciertas situaciones y por tiempo indefinido.

La presencia de otros trastornos de ansiedad combinados que den lugar a relaciones interpersonales deterioradas son propulsores de ansiedad y angustia. Debemos recordar que la ansiedad tiende a acumularse, y los malos hábitos o creencias distorsionadas tienden a multiplicar esos sentimientos de angustia. Una situación socio-económica precaria, por ejemplo una deuda, si no se lleva con la suficiente serenidad y calma mental, puede llevar (si se es propenso a este tipo de trastornos) a estados de ansiedad extremos, incluso al suicidio. Por otro lado, lo que en ocasiones parece ser un problema de ansiedad leve resulta ser en realidad una disfunción biológica como un desequilibrio hormonal o una reacción química que nos altera el metabolismo y puede llevarnos a experimentar estados incómodos de angustia o depresión. En general, cada cuadro debe tratarse con un plan de tratamiento específico y a la medida de sus posibilidades.

Trastorno de ansiedad Vs. Neurosis

¿Padecer de ansiedad es equivalente a ser neurótico?

En la clasificación de los trastornos mentales (DSM), se sustituyó el término neurosis por trastornos de ansiedad. Esto se debió a una intensión de evitar toda explicación etiológica o teórica de los problemas de ansiedad para establecer un manual propiamente clasificatorio y no explicativo de la enfermedad mental.

La neurosis y los trastornos de ansiedad son equivalentes, aunque con el primer término se hace referencia más bien a un marco teórico y explicativo, por ejemplo, de la personalidad neurótica, que incluye las peculiaridades de los trastornos de ansiedad desde un enfoque teórico integral (tradicionalmente desde un enfoque psicoanalítico), mientras que el segundo, hace referencia directa a los estados ansioso y síntomas característicos que aparecen en un momento determinado de la vida.

Referencias:

Barlow, D.H., Chorpita, B.F. Y Turovsky, J. (1996). Fear, panic, anxiety, and disorders of emotion. Nebraska Symp Motiv, 43, 251-328.
Beck, A.T., Emery, G. y Greenberg, R.L. (1985). Anxiety disorders and phobias: a cognitive perspective. New York: Basic Books.
Eysenck, M.W. (1997). Anxiety and cognition: a unified theory. Hove: East Sussex Psychology Press.
Ellis, A. (2000). Cómo controlar la ansiedad antes de que le controle a usted. Barcelona: Paidós.